lunes, 19 de diciembre de 2011

ETIQUETA NEGRA SEEDORF



Hay un tipo de futbolista que me asombra. Aquél que se convierte en el motor del equipo, capaz de hacer rotar a 10 compañeros a su alrededor. El tipo de futbolista que me habría gustado ser. Sin embargo, ese talento innato, caprichoso en sus asignaciones, me fue esquivo. Por ello, me conformo con saborear la calidad de estos privilegiados. Uno de esos ‘superclases’ que sí fueron bendecidos es, sin duda, Clarence Seedorf  (1976, Surinam/Holanda).


Uno de mis primeros recuerdos nítidos en este circo del fútbol, se remonta a una final de Liga de Campeones de 1995. El Ajax era mi equipo favorito. Van der Sar, Rijkaard, Davids, Finidi, Litmanen,  Overmars, De Boer, Kanu…. y, sobretodo, Clarence Seedorf. El equipo holandés se plantó en aquella final después de destilar fútbol de calidad por todo el Viejo Continente (incluido aquel recital en el Bernabéu). El fútbol total.  Con una media de edad que apenas superaba la veintena, Van Gaal diseñó una pieza maestra. Un Doctorado en la disciplina de ocupar bien los espacios. Recuerdo bien cómo aquel equipo era dinámico por dentro y dañino por los extremos. De cómo un imberbe con semblante de pantera salvaje llamado Kluivert recogió un pase de Rijkaard en el balcón del área y se estiró más allá de lo humano para anotar el único gol de la final. Poco a poco, aquel equipo de genios post-adolescentes fue desarmándose irremediablemente.

En el Real Madrid recaló Seedorf. Un gol desde el centro del campo al Atlético de Madrid fue su carta de presentación. Formó, junto a Redondo, una pareja de medio-centros intratable. Allí consiguió su 2ª Champions. La 3ª llegaría como milanista más adelante.
Más allá de lo material, es la esencia lo que perdura. Almenos para mí. Por eso sigo disfrutando de Seedorf. De cada control orientado, de cada pase filtrado al área, de cada vez que esconde el balón entre sus piernas de ébano talladas, que nos trasladan a su Surinam natal cuando el 10 rossonero nos ilumina con su fútbol. Ese ritmo sosegado, casi hipnótico, con el que el holandés acelera y relentiza partidos a su antojo.

Parece que cada año va a ser el último de Seedorf, que su físico no aguanta. Pero él no para de evolucionar. Se acomoda en el terreno de juego, busca su propio espacio y, desde ahí, hace bailar a todos. Da el pase y se mueve para recibir. Viene a buscar el balón y, antes de recibirlo, ya ha visto lo que tiene a su espalda. Conduce, elegante, el balón cosido al pie sorteando obstáculos. Jamás se altera, simplemente da soluciones y resuelve entuertos. Así es el fútbol de Seedorf: un fútbol de mocasines lustroso y etiqueta, de champán francés y música clásica.

Los estados de forma son pasajeros, pero el talento es permanente. Esa es la gran lección que nos regala el holandés. Los 1/8 de final de la Champions League han emparejado a Milan y Arsenal, en un duelo imprescindible para los amantes del buen fútbol. Siempre que puedo, veo los conciertos de Seedorf. Esos que da vestido de corto, con el éxtasis del que intuye que puede estar presenciando por última vez algo extraordinario. Clarence, fútbol de Etiqueta Negra.

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