jueves, 9 de febrero de 2012

EL CAPRICHOSO DESTINO DE ZAMBIA


Hablar de Zambia parece algo lejano y débil, casi transparente para el mundo occidental. Tuve la oportunidad de visitar Lussaka, la capital, hace apenas 3 meses y la impresión que me dejó se antoja imborrable. Un país al Sureste de África con un desarrollo y una organización extraordinarios.

Referirse al fútbol zambiano es sentir de nuevo la punzada del dolor, rememorar el aroma de la catástrofe. En la primavera de 1993 todo era alegría en la expedición zambiana, que acababa de derrotar por 0-3 a la débil selección de Islas Mauricio en la lucha por llegar al Mundial de EEUU 94. Toda la plantilla, excepto los 'privilegiados' que hacían carrera en Europa, debía volar rumbo a Senegal. Hicieron escala en Libreville (Gabón), último rincón en disfrutar de la alegría de un grupo de jugadores que empezaba a hacerse un hueco en el panorama futbolístico mundial. El avión apenas había alcanzado su punto álgido en el cielo cuando algo falló e, irremediablemente, se convirtió en un ataúd aéreo que se estrelló contra las aguas de la costa gabonesa. La expedición al completo murió en aquella tragedia y un grito de dolor sacudió una África acostumbrada, lamentablemente, a mazazos de este calibre.

19 años después se va a cerrar un círculo. Este fin de semana Zambia va a disputar en Gabón, terreno de nefasto recuerdo, la final de la Copa de África de Naciones frente a Costa de Marfil. Lo hará con todo merecimiento, de la mano de un fútbol alegre y eléctrico, empujado por el aliento de aquella magnífica generación que marcó el camino del éxito y de todo un pueblo.
Ayer Ghana fue mejor que los Chipolopolos ('balas de cobre', apodo con el que se conoce a los zambianos). Incluso Gyan, incapaz de soltar el lastre que le persigue, erró un penalty. O, mejor dicho, Mweene lo detuvo. Pero el destino estaba escrito, Zambia debía pasar y así lo hizo Mayuka: controló de espaldas, se giró y lanzó un dardo, envenenado y certero, a la esquina de la portería, terreno inabarcable para el arquero ghanés.

Zambia huye del estereotipo de equipos del África Negra. Sin músculo en el que apoyarse, opta por la combinación vertiginosa, el desequilibrio, las piernas ligeras y livianas y el ataque de los espacios. Cris Katongo, en su 4º Copa África se cuelga los galones. Sin ninguna virtud aparente, es capaz de ordenar a todos los zambianos a su alrededor, pelea cada balón como si fuera el último y, sobretodo, lee el fútbol. Aprovecha el desbocado talento de Kalaba, la movilidad incontenible de Mayuka y la potencia física de Chamanga.

Cada gol de Zambia es una fiesta. Sus bailes en cada celebración son un homenaje a los héroes de aquel maldito accidente. Enfrente tendrán a Costa de Marfil, una apisonadora que acumula 9 goles a favor y aún no ha encajado ninguno. La superioridad de los Drogba, Touré, Gervinho y compañía parece suficiente para levantar la Copa después de 20 años de sequía de Los Elefantes.

El destino es caprichoso en sus asignaciones, pero las cosas no pasan porque sí, sin más. Zambia va a bajar al barro, a mirar a los ojos a la catástrofe del pasado y, por fin, va a liberarse de aquella pesada losa. Lo hará con su alegría habitual, mostrando ese descaro que le ha llevado hasta aquí: frente al espejo del destino.

RECORDEMOS, AMIGOS, QUE EN ÁFRICA UNO NUNCA TIENE SEGURIDAD DE NADA. POR ESO NOS APASIONA SU LATIDO SALVAJE.

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